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domingo, 4 de enero de 2015

Me encerré, me cerré como nunca. Solo podía ver la luz de la luna proveniente de la ventana, oscura, fría, vacía. A veces, es placentero sentirse solo, y tomarse tiempo para pensar, pero ese tiempo me estaba matando. Me pregunté que hice mal, si quedé como una estúpida, una prostituta fácil, si me precipité en decirle que no aguantaba la distancia en nuestros labios. Estoy desnuda ante él, y él me rechazó. Solo recuerdo eso, mi desnudez, en alma, no en cuerpo. Lo sabe todo, y fui tan obvia que me avergüenzo. Esa sociedad que tanto he odiado es la que me empuja y me dice: "Tendrías que haber resistido, dispuesta a todo un hombre nunca te querrá." Y ahí estaba, sintiendo como mi corazón latía rápidamente, abierto en carne viva, y lo único que me podía calmar era él, pero no quiso, por eso huí como cobarde, sin más. Tomé mi ropa y huí sin importar la lluvia, sin importar nada. Sé que me siguió, pero yo me escapé, corrí como nunca, mi corazón aun agitado se movía en mi cuerpo. Subiendo y bajando sobre la carne, y la carne sobre esa tela blanca con su olor. Su camisa. La humedad de mi pecho me causó un frío incalmable, y mis sollozos en la oscuridad eran los únicos que me acompañaron esa noche. Quise desaparecer y no necesitarlo. Ese efecto absurdo, lo odio.
Odio el amor, odio amar algo tanto que duela. Nunca me importó nada, las miradas del resto, los prejuicios de la estúpida sociedad, los cotilleos inoportunos, nada.
Pero, su rechazo me hundió en una profundidad estupefacta.
Me hizo sentir tan poco mujer, volví a ser la niña estúpida, escondida tras un libro. Nunca más me abriría, pero él me tiene en sus manos, me derrite, corrompe mi ser. No. Tengo que evitarlo. Levanté mi espalda de la cama, y decidí acabar con la oscuridad que me consumía, al menos la de la habitación. Encendí una vela, suspire y su calor calentó mis manos, congeladas. Observé el espejo que tenía frente a mí. Me devolvía la imagen de una chica, despeinada con pequeños bucles renacientes, húmeda, con ojos empapados y labios rubí, mi piel blanca como la nieve estaba fría como la misma. Y esa bendita camisa. Me la saque entre el llanto, lentamente, sintiendo el frío, y el calor a la vez. Esa misma tarde anhelaba que las manos que me desnudaran de ese atuendo sean las manos fuertes de un hombre, el hombre que amaba. Me erguí desnuda frente al espejo pensando en ello, preguntándome porque era tan asquerosa, porque pensaba que me querría, si solo estaba jugando conmigo. Quise arrancarme la piel, ser mas morena, mas rubia, con mas pechos, quizás de esa forma me desearía. Al menos un céntimo de lo que yo a él. El estruendo de un rayo erizó mi piel, y me abandoné mirando por largos minutos el reflejo del espejo. Otra vez, la niña asustada. 

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