Time of our lives.

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viernes, 9 de enero de 2015

Una noche oscura, sentía como la brisa suspiraba en su oído, y cada sonido retumbaba de forma lejana. Un camino, húmedo, en donde los pasos se pierden, y las angustias se desvanecen dejando un vacío aún más grande. Alma en pena, alma sola, alma profundamente opaca. Sonríe como si no hubiera un mañana, se lo han enseñado. Pero, hay un mañana. Y lo recuerda, con miedo. Un futuro más oscuro que el ayer, esa sería su pena.  Busca en los metros, encontrar la verdad, el conformismo, la paz. Escapa. No quiere hurgar, quiere huir, sin tocar nada de lo que la rodea, ya que tiene miedo de que una simple caricia la rompa. Siempre, estuvo ahí, pero no la ven. Es un espejismo, simple ficción. Siente como eso la rodea, y se apodera de sus pensamientos, la quieren arrastrar, llevársela otra vez. Lo anhela, pero tiene miedo, como siempre. El miedo. Siente la humedad de la tierra, el frio del suelo, el ruido de las hojas chocando, y las luces nítidas que se acercan y se alejan. Mira todo lo que la rodea y quiere tocarlo, abrazarlo. Sus manos son muy cortas, y sus alas fueron consumidas.  Piensa en un fuego, un calor incontenible, que rosa su mejilla, las llamas queman. Quiere saltar. Eso la lleva a esa comodidad, el algodón de sus manos. Que la levantan, la alzan, con las alas que se rompieron, ya no las necesita porque lo tiene a él. Quiere correr pero sus pies pesan, se arrastra como puede en busca de una mano que la ayude  en vuelo, pero encuentra el suelo.  Mamá le enseño a levantarse, pero no a sostenerse, y por eso vuelve a caer como las hojas que chocan con el viento invernal.  No hay respuestas a sus preguntas, no hay. Nunca las hay, ya que suelen quedar detenidas en el tiempo, no las quiere cruzar, las quiere esquivar, pero cuando las encuentra la superficie se aleja y todo el caos la vuelve a empujar a las profundidades del jamás. Escápate, sal con ella, corre, huye de todo. Llévate sus malos recuerdos, amala como nadie, levántala del suelo y quédate a su lado para sostenerla en el camino, dale la mano y no la sueltes, toma su rostro entre las manos y acaricia las lágrimas frías que dejaron en el camino para secarlas con tu lengua. Mírala a los ojos y no le digas nada. Solo mírala, y calla el mundo. Detenlo para que pare de sufrir, porque está cansada del mareo, no quiere girar más en círculos, buscando lo que ya encontró en ti. Acaricia su pecho y siente su corazón, únete al compás de su ser. Baila junto a él y siente. Para el todo, transforma sus calles oscuras en una galaxia infinita de lo que puede ser, posibilidades, juntos. Abraza sus angustias hasta estrujarlas, hazlas tuyas y envíalas lejos de ella. Diles que no le pertenecen, que ya no volverán, que estás ahí y que no te iras tan fácilmente, porque sabes que tu lugar es allí, eres su héroe. 

domingo, 4 de enero de 2015

Me encerré, me cerré como nunca. Solo podía ver la luz de la luna proveniente de la ventana, oscura, fría, vacía. A veces, es placentero sentirse solo, y tomarse tiempo para pensar, pero ese tiempo me estaba matando. Me pregunté que hice mal, si quedé como una estúpida, una prostituta fácil, si me precipité en decirle que no aguantaba la distancia en nuestros labios. Estoy desnuda ante él, y él me rechazó. Solo recuerdo eso, mi desnudez, en alma, no en cuerpo. Lo sabe todo, y fui tan obvia que me avergüenzo. Esa sociedad que tanto he odiado es la que me empuja y me dice: "Tendrías que haber resistido, dispuesta a todo un hombre nunca te querrá." Y ahí estaba, sintiendo como mi corazón latía rápidamente, abierto en carne viva, y lo único que me podía calmar era él, pero no quiso, por eso huí como cobarde, sin más. Tomé mi ropa y huí sin importar la lluvia, sin importar nada. Sé que me siguió, pero yo me escapé, corrí como nunca, mi corazón aun agitado se movía en mi cuerpo. Subiendo y bajando sobre la carne, y la carne sobre esa tela blanca con su olor. Su camisa. La humedad de mi pecho me causó un frío incalmable, y mis sollozos en la oscuridad eran los únicos que me acompañaron esa noche. Quise desaparecer y no necesitarlo. Ese efecto absurdo, lo odio.
Odio el amor, odio amar algo tanto que duela. Nunca me importó nada, las miradas del resto, los prejuicios de la estúpida sociedad, los cotilleos inoportunos, nada.
Pero, su rechazo me hundió en una profundidad estupefacta.
Me hizo sentir tan poco mujer, volví a ser la niña estúpida, escondida tras un libro. Nunca más me abriría, pero él me tiene en sus manos, me derrite, corrompe mi ser. No. Tengo que evitarlo. Levanté mi espalda de la cama, y decidí acabar con la oscuridad que me consumía, al menos la de la habitación. Encendí una vela, suspire y su calor calentó mis manos, congeladas. Observé el espejo que tenía frente a mí. Me devolvía la imagen de una chica, despeinada con pequeños bucles renacientes, húmeda, con ojos empapados y labios rubí, mi piel blanca como la nieve estaba fría como la misma. Y esa bendita camisa. Me la saque entre el llanto, lentamente, sintiendo el frío, y el calor a la vez. Esa misma tarde anhelaba que las manos que me desnudaran de ese atuendo sean las manos fuertes de un hombre, el hombre que amaba. Me erguí desnuda frente al espejo pensando en ello, preguntándome porque era tan asquerosa, porque pensaba que me querría, si solo estaba jugando conmigo. Quise arrancarme la piel, ser mas morena, mas rubia, con mas pechos, quizás de esa forma me desearía. Al menos un céntimo de lo que yo a él. El estruendo de un rayo erizó mi piel, y me abandoné mirando por largos minutos el reflejo del espejo. Otra vez, la niña asustada.